miércoles, 17 de septiembre de 2025

LA FE Y LOS VALORES

Quiero hablarles de algo que parece olvidado en este mundo de ruido y prisas: la fe y los valores. Afuera todo parece indicar que lo único que importa es el placer inmediato, el dinero fácil o la fama pasajera. Pero déjenme contarles lo que he aprendido.

La vida, sin fe y sin valores, se convierte en un río desbordado: corre rápido, hace ruido, pero termina arrastrando todo y perdiéndose en el mar sin dejar huella. La fe no es simplemente creer en lo invisible, sino confiar en que la vida tiene un propósito más grande que nuestras pasiones. Y los valores son los límites que nos guían para no dejarnos arrastrar por el deseo del momento.

Miren la historia de José, hijo de Jacob. Tentado en la casa de Potifar, pudo haber cedido al placer y, quizá, nadie se habría enterado. Sin embargo, eligió la integridad y prefirió la cárcel antes que traicionar su fe. ¿Cuál fue el resultado? Que, a través de esa fidelidad, terminó siendo gobernador de Egipto y salvó a muchos en tiempos de hambre. Así sucede siempre: quien se mantiene firme ante la tentación, aunque al principio parezca perder, al final gana lo más valioso: dignidad y respeto.

Lo mismo enseñaban los filósofos. Los estoicos, por ejemplo, decían que el verdadero enemigo no está afuera, sino dentro: las pasiones desordenadas, los deseos que nos dominan, los vicios que nos convierten en esclavos. Epicteto, que fue un esclavo romano, repetía: “Nadie es libre si no sabe gobernarse a sí mismo”. Y tenía razón: de nada sirve tener riquezas o poder si uno es prisionero de sus propios caprichos.

Piensen también en Daniel, aquel joven hebreo llevado a Babilonia. En medio de un imperio lleno de lujos y excesos, eligió mantenerse fiel a su Dios. Rechazó la comida del rey, se mantuvo en oración diaria y, aunque eso casi le costó la vida en el foso de los leones, nunca se quebró. ¿Qué sucedió? Que su firmeza lo convirtió en un hombre respetado incluso por los reyes extranjeros.

El mundo de hoy se parece a Babilonia: brilla, seduce, pero está lleno de trampas. Nos dice que todo está permitido, que nada importa, que lo bueno y lo malo son solo opiniones. Y sin darnos cuenta, caemos en el engaño. Por eso necesitamos la fe, que nos da dirección, y los valores, que nos sostienen cuando todo alrededor se tambalea.

No quiero que crean que se trata de vivir amargados, privándose de todo placer. No. Los placeres tienen su lugar, pero no deben ocupar el trono de nuestra vida. Quien sabe disfrutar con medida, quien sabe decir “basta” en el momento justo, ese es verdaderamente libre. Como decía san Pablo: “Todo me es lícito, pero no todo me conviene”.

La verdadera grandeza no está en seguir al mundo, sino en resistirlo. El que logra vencer sus pasiones, ese puede gobernar su vida, su familia y hasta un pueblo. Sin fe y sin valores, el hombre es como un barco sin timón, que se estrella contra las rocas del vicio. Pero con ellos, aunque el mar esté embravecido, uno encuentra siempre el rumbo.

Por eso les digo: cultiven la oración, la reflexión, el silencio. Busquen la verdad, aunque incomode. Sean firmes en lo correcto, aunque el mundo se ría de ustedes. Porque los valores no son una carga, sino la armadura que protege el alma.